sábado, 20 de marzo de 2010

Triduo Pascual

CELEBRACIÓN DEL MISTERIO PASCUAL
El centro de todo el año litúrgico es el Triduo Pascual, por ser precisamente la celebración cumbre del Misterio Pascual: si hacemos una comparación del año con la semana, «Del mismo modo que la semana tiene su punto de partida y su momento culminante en el domingo (dada la índole pascual del día), así, el centro culminante de todo el año litúrgico y el principio de es el santo Triduo pascual de la pasión muerte y resurrección del Señor, que se va preparando durante todo el tiempo de Cuaresma y después se prolonga en la alegría durante los 50 días sucesivos.» (Preparación de las Fiestas Pascuales, 2).

El Triduo Pascual celebra, pues, el tránsito del Señor de este mundo al Padre a través de su muerte, sepultura y resurrección, que tuvieron lugar en los tres días del viernes, sábado y domingo. Se trata, en realidad, del Triduo del crucificado, sepultado y resucitado.

Con su celebración se hace presente y se realiza para la iglesia, para nosotros el Misterio de la Pascua, es decir, el tránsito de la Iglesia con su Señor de este mundo al Padre:

«En esta celebración del Misterio, por medio de los signos litúrgicos y sacramentales, la Iglesia se une en íntima unión con Cristo, su Esposo...» (Preparación de las Fiestas Pascuales. 38)

La forma como tenemos de celebrar esta realidad nuestra que creemos es, pues, de participar del Misterio Pascual de Jesús a través, precisamente, de signos litúrgicos.

La celebración de esta realidad no se puede quedar reducida a unas ceremonias emotivas, ni como simples rúbricas más o menos estéticas, sino como verdaderos signos sacramentales a través de los cuales se participa del Misterio.

Hay pues que advertir que, en las celebraciones propias de estos días, los signos más importantes no son precisamente los más extraordinarios. Así, por ejemplo: el Domingo de Ramos es más importante la aclamación al Señor que los ramos en sí y su bendición, pero la lectura de la Pasión y la liturgia eucarística es todavía más importante que la procesión con los ramos; en la Vigilia Pascual, lo principal es la lectura prolongada de la Palabra y la celebración sacramental, mientras que el fuego y el lucernario es sólo la introducción a lo principal.
NOCHE DE LA CENA DEL SEÑOR

El santo Triduo pascual se inaugura con la misa vespertina de la cena del Señor que es como su introducción
o pórtico de entrada
.
Es importante dar el paso atrás dos mil años y ubicarse en el contexto en que lo hizo Jesús para entender
la importancia que ese acontecimiento tuvo para Jesús y para nosotros que nos lo dejó como su mejor herencia: Es el momento en que Cristo establece y renueva la nueva Alianza que Dios hace con el hombre, semejante al pacto hecho en el Sinaí que se convierte en referente para el pueblo Judío. Para nosotros
la EUCARISTÍA se convierte en el referente necesario para toda nuestra vida. Este acontecimiento ha de vivirse sobre todo como sacramento que recuerda y hace presente el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor, que se celebrará con solemnidad especial en los días del Triduo a la que esta celebración introduce.

Los dos días siguientes no son sino las consecuencias de esta Alianza. Esta misa vespertina evoca la última
cena
, esto es, la noche de su entrega:

* Su amor hasta el extremo: lo establece como MANDAMIENTO y funda el sacerdocio que será la visualización de ese amor hecho servicio
* Su ofrenda adelantada en el pan y el vino entregados: El AMOR llevado a su máxima expresión: se hace pan y vino par ser comido y bebido; es el máximo grado de encarnación

La Eucaristía y el ministerio, que el Señor dio a su Iglesia: “haced esto en memoria mia” será lo que permitirá a
la Iglesia vivir el triunfo pascual de Jesús y la vida nueva recibida de la Pascua que heredará la iglesia como base para la fe y la esperanza. La gran celebración de ese día es la celebración de lo que son los pilares de la vida de la iglesia: la institución de la Eucaristía, la institución del ministerio y el mandato de la caridad fraterna.
De todas formas no podemos decir que ese día sea “El gran día de la Eucaristía”, pues la EUCARISTÍA no es cuestión de un día: «Eucaristía» significa originariamente «Acción de gracias por el triunfo obtenido». Esto no es, pues, el jueves santo, sino la noche de Pascua y, en la vida ordinaria de la iglesia es el domingo cristiano. La misa vespertina del jueves santo es sólo como una profecía de lo que será el gozo exultante de la gran misa de Pascua, que es la única del Triduo.
La celebración de la CENA DEL SEÑOR ha de situarse con vistas a la Pascua que anuncia y a la que introduce y no reducirla al «día de la Caridad», al «día de la Eucaristía» o al «día del sacerdocio» pues nada de esto tiene sentido si no está enmarcado en la resurrección de Jesús
Las lecturas del jueves están orientadas a presentar el acontecimiento como sacramento del memorial (profecía) de lo que celebramos en el Triduo: la Pascua del Señor por su muerte y resurrección:
primera Lectura: Ya enmarca lo que están haciendo: En su cena pascual, los israelitas celebraban el gran acontecimiento del Éxodo: Dios los había liberado de la esclavitud. La celebración actualizaba la salvación que Dios les hizo experimentar, cuando los instituyó como pueblo de la Alianza.
segunda Lectura: Los cristianos hemos recibido del Señor el encargo de celebrar la Eucaristía como memorial de un nuevo Éxodo: el paso de Jesucristo de la muerte a la vida nueva. La celebración eucarística
actualiza lo que significa el sacrificio pascual de Cristo en la cruz (mi cuerpo entregado y mi sangre derramada) para que podamos participar de él (tomad y comed).

Evangelio: Escena del lavatorio: Para que lo que yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis unos con otros. Si el sacramento que celebramos es entrega por nosotros, la comunidad debe ser también lugar de experiencia de la actitud de caridad como entrega servicial a los demás.
El gesto del lavatorio: El ministro celebrante, como signo sacramental de Cristo, le imita en su condición de Siervo. Es todo un signo de lo que comporta la Eucaristía como actitud de entrega a los demás.

La Reserva Eucarística: Subraya hoy lo que solemos hacer habitualmente: reservar pan eucarístico pensando en los enfermos e impedidos y en la oración personal. Hoy se hace pensando en todos los que comulgarán en la celebración de la Pasión del Señor y pensando también en la meditación contemplativa ante ese Cristo que nos ha querido dejar el recuerdo vivo de su entrega.
La oración ante el Sagrario: Ante la reserva eucarística, la comunidad cristiana suele hacer unos momentos de oración -la clásica hora santa- para meditar, profundizar y alabar el Misterio que se empieza a celebrar, porque toda la celebración de este día radica en iniciar la Pascua.


En este día a partir de la celebración cobran un significado especial toda una serie de gestos vitales: el silencio,
el recogimiento, la comunión, el acompañamiento, los gestos de unidad… es que a nuestro libertador lo han traicionado, lo han cogido preso, lo han matado y hemos asistido impotentes a una injusticia flagrante… no nos queda más fuerza que la de implorar a Dios que Él haga justicia mientras nosotros nos dolemos y nos consolamos mutuamente.


VIERNES DE LA MUERTE DEL SEÑOR
El viernes santo es, propiamente, el primer día del Triduo que conmemora la primera fase del Misterio Pascual: Cristo se ha ofrecido como víctima para el sacrificio redentor que, como sumo sacerdote y en nombre de toda la humanidad, se ha entregado voluntariamente a la muerte para salvar a todos: Él se ha convertido en el Cordero que se inmola para responder ante Dios por nuestros pecados, de acuerdo a lo establecido en la ley de la Antigua Alianza.
«En este día en que ha sido inmolada nuestra víctima pascual, Cristo, (1 Cor 5,7) la Iglesia, meditando la Pasión de su Señor y Esposo y adorando la Cruz, conmemora
su nacimiento del costado de Cristo dormido en
la Cruz, e intercede por la salvación de todo el mundo.» (PFP 58)
Es el primer paso de la Pascua –y no su preparación inmediata: ¡la Cuaresma ya terminó!–. Comenzamos así el Triduo, estos tres días consecutivos que celebran la Pascua, es decir, el «tránsito» de Jesucristo de este mundo al Padre, haciendo pasar consigo, de la muerte a la vida y del pecado a la amistad y poniendo en comunión con Dios, a la humanidad entera.
No se trata, pues, de que hoy celebramos su muerte y otro día celebraremos su resurrección. Lo que propiamente celebramos es el pasar de Jesús de este mundo al Padre a través de su muerte en la Cruz... Ya una antigua oración lo expresaba así: «por su muerte, su alma pasó ya al Padre; con su sepultura, su carne pasó de la fatiga y el sufrimiento al descanso; y, con su resurrección, el cuerpo glorificado pasó a la esfera de lo divino».
Así pues, todos y cada uno de los días del Triduo y todas y cada una de sus celebraciones conmemoran la totalidad del Misterio pascual. Son cosas que van enlazados unas con otras. Solo que este único Misterio se celebra cada día con matices propios y un tanto diversos, pero tiene una secuencia total y perfecta: El viernes santo contemplamos a Cristo que con su muerte inaugura la Pascua venciendo la muerte de la humanidad. Celebramos, pues, la muerte gloriosa del Señor que sube a la cruz para pasar al Reino de Dios. Bajo este aspecto es significativo el canto más antiguo de este día: la antífona «Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos».
No se trata, pues, de un duelo, sino de una celebración centrada en la Cruz del Señor, que se ha convertido en “puerta” del triunfo, proclamando la Pasión como el camino necesario para subir a la cruz y adorando esa Cruz que se ha convertido en signo de liberación para nosotros. No se trata de un “recuerdo” de algo que pasó, sino de una realidad que Cristo estableció: nos ha dado la libertad, nos ha hecho hijos de Dios, esto no es un recuerdo, esto es una realidad que nos llena de esperanza y alegría y por eso celebramos su victoria porque esto ha sido la nuestra.
Por eso, incluso, las vestiduras litúrgicas de los ministros no son hoy moradas como en las celebraciones penitenciales, sino de color rojo, que es el color de la victoria. La Cruz, mirada a la luz de la fe pascual, significa en realidad la muerte de la injusticia y el fracaso de un mundo de valores y sin esperanza y el nacimiento de un nuevo orden de cosas: lo que antes era miserable y absurdo, como era la misma cruz ahora se ha convertido en riqueza y sabiduría. Cristo en la Cruz no es un fracasado, sino un triunfador. Por eso, la Iglesia puede contemplar hoy la Cruz con ojos de júbilo. Para ella no es un instrumento de escarnio que culmina con la muerte vergonzante del crucificado, porque mira la Cruz a la luz del Resucitado.
La postración inicial en silencio es un gesto de humildad en consonancia con el clima de la celebración. Trata de expresar la humillación del hombre terreno antes de la Pascua liberadora de Cristo.
Las lecturas antes de la proclamación de la Pasión tratan de evocar los sentimientos de Cristo Jesús para que los oyentes puedan sintonizar con ellos:
la primera Lectura expresa la tensión humillación-libertad que pasa por la muerte del Siervo.
el Salmo expresa la voluntad interior de oblación con la que Jesús se enfrenta a la muerte («Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu»);
la segunda Lectura muestra cómo la obediencia en el sufrimiento ha convertido a Cristo en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.
La lectura de la Pasión según S. Juan es el momento culminante y central de la celebración. Se ha escogido para este día el relato del Evangelio de S. Juan, porque es el que mejor conecta con el espíritu en el que la Iglesia contempla hoy la pasión y muerte de su Señor: No se trata de presentar la bajeza del ser humano que responde con la ingratitud a Dios, sino el triunfo de Dios sobre la estupidez humana que lo hace con la entrega
de su Hijo por amor y le da la gloria como respuesta a la ignorancia del hombre. Juan presenta ya a Cristo Resucitado vencedor de la muerte.
La Oración universal de los fieles se expresa hoy con toda su fuerza: Se trata de la participación de la
Iglesia
en la ofrenda de Cristo: la Iglesia, al celebrar cómo Cristo se ha entregado por la salvación de todos los hombres como Mediador y Sumo Sacerdote, toma conciencia del valor universal de la muerte de Cristo y, sintiéndose ella misma vinculada a ese sacerdocio, lo ejerce intercediendo por las grandes intenciones de la Iglesia y de la humanidad entera. Se siente así asociada activamente a la salvación universal del viernes santo, sin detenerse en peticiones particularistas.
Con la adoración de la Cruz, la Iglesia, que se siente parte de Cristo, pues está vivificada por su Espíritu expresa su sentimiento de reconocimiento y gratitud por lo que hizo por ella pero al mismo tiempo se proclama en la cruz parte del que subió a ella por haberle perdido el miedo a todo y la tiene como su mayor gloria y signo de liberación. La Cruz se la venera más como principio de Pascua y conclusión de la victoria que como una imagen de dolor y de muerte, eso es lo que se canta en los cantos que se recomiendan en la liturgia.
Para su adoración se pueden indicar diversos gestos alternativos: un beso a la cruz, tocarla y santiguarse, una genuflexión ante ella o una inclinación profunda (cada cual puede escoger uno de estos gestos para expresar su adoración).
La Comunión eucarística Lo que hoy celebramos no es la Eucaristía, sino una celebración de la Palabra indicando que ha terminado la Antigua Alianza y esperamos el nacimiento de una Nueva con la resurrección del sumo, eterno y único sacerdote: CRISTO resucitado. Lo que hacemos hoy en la comunión no es sino una prolongación de la misa vespertina del Jueves pues el TRIDUO tiene una sola Eucaristía: la de la vigilia pascual. No es, pues, un momento culminante de la celebración. De ahí que se realice sobriamente en silencio, sin canto y sin manteles.
Austeridad y ayuno: son los gestos y las actitudes que hemos indicado antes que indican dolor, arrepentimiento, com-pasion… pero al mismo tiempo alegría por el gran regalo que Cristo nos ha conseguido. El gesto del “Ayuno” de estos días abarca otros aspectos: la ausencia de sacramentos (la comunidad sólo puede reunirse para la meditación, la contemplación o la alabanza de la liturgia de las horas) y el carácter sobrio de la celebración (sin luces, sin flores, sin música ni campanas, el altar despojado y el sagrario abierto y vacío)
SÁBADO DE LA SEPULTURA DEL SEÑOR
«Durante el sábado santo de la sepultura del Señor, la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte y su descenso a los infiernos; y esperando en la oración y el ayuno su Resurrección.» (PFP 73)
Jesús mismo habló de esta situación y creo que él mismo fue el que mejor la describió Es el grano de trigo que se ha enterrado con lo mejor que tiene y esperamos su resurrección..
Jesús en el sepulcro es el símbolo más grande que representa la acción del Mesías que se ha abrazado con el dolor, la muerte y el silencio de todos los hombres de todos los tiempos. Pero es una situación esperanzada: «dormiré y descansaré en paz; mi carne descansa serena; espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida». Silencio, ayuno, austeridad… no vacíos, sino llenos de sentido: están llenos de esperanza contenida, en espera de la fiesta..

DOMINGO DE RESURRECCIÓN
La noche de Pascua es el punto culminante del Triduo pascual y a donde viene a concentrarse toda la vida de la iglesia. Con la Vigilia pascual en la noche santa, la mayor de las celebraciones del año litúrgico, comienza el tiempo de Pascua que se prolongará durante toda una cincuentena hasta Pentecostés.
Rompiendo el ayuno, inauguraremos una fiesta de cincuenta días: se trata del paso del duelo a la fiesta, de la muerte a la vida, juntamente con el Señor. Así, con unos signos más festivos y extraordinarios, la Iglesia manifiesta y vive este tiempo como un anticipo de la vida futura, de aquella felicidad en la que espera compartir, ya sin velos ni sombras, la vida del Resucitado.
Por eso, en este tiempo se suprimen los signos propios de los días terrenos (actos penitenciales), para gustar con más intensidad la vida definitiva en la que introduce el Resucitado a la humanidad, hasta se suprimen las lecturas del A.T.
La celebración de esta noche tiene ecos del A. T.: nos recuerda la noche santa en la que el Señor veló para sacarlos de Egipto(Éx 12,42).. En el Nuevo Testamento nos recordará aquella noche que pasaron los apóstoles recordando todo lo que las escrituras habían hablado de Jesús, pero sobre todo recordando todo lo que les
había dicho prometiéndoles que resucitaría al tercer día. Y pasaron toda la noche en vela, nos recuerda también la actitud constante que debemos tener ya que no sabemos ni el día ni la hora en que nos hemos de presentar ante el Señor (Lc 12,35s)
Indudablemente, solo podremos vivir la liturgia de la Vigilia si es que entendemos y valoramos lo que la muerte de Jesús significó para nuestras vidas, de lo contrario, es algo a lo que llegamos después de una semana de procesiones cansados y lo que queremos es terminar la fiesta.
La «Vigilia» significa “espera en la noche». El hecho natural del paso de la noche a la aurora forma parte del mismo significado pascual de la celebración. No se trata de una hora escogida sentimentalmente por la emoción del recuerdo histórico (como el jueves o el viernes santo), esperando el momento de la resurrección del Señor.
En realidad, nadie sabe cuando resucitó, porque nadie fue testigo inmediato de ese momento. En este caso, la hora nocturna forma parte del mismo significado sacramental del día: a través del paso de la noche a la aurora pascual se significa y se hace presente el Misterio del «tránsito de la Pascua» en la que Jesús, por su muerte y resurrección, hace «pasar consigo» a la Iglesia de las tinieblas de la muerte y del pecado a la luz de la resurrección y la vida.
La hora nocturna ha sido escogida, así, como signo de la fe cristiana: expresa la noche de la fe en la que vive la Iglesia. La Iglesia hace esa noche lo que debe hacer siempre espiritualmente: «Israel, estate preparado para el encuentro con tu Señor». Esa noche, la Iglesia se experimenta como Esposa desvelada que espera la vuelta de su Esposo y Señor. Por su propia naturaleza, es una celebración prolongada: «Tened encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela (Lc 12,35ss). Y, precisamente para la espera y el camino de la fe, la Iglesia tiene el Libro Santo que mantiene y alimenta su esperanza en su futura resurrección, consumación del misterio de la vida cristiana. Se trata, en definitiva, del «consuelo de las Escrituras».

La Vigilia es, asimismo, una velada de Iniciación sacramental. Con ella, la Iglesia expresa su camino de conversión, se prepara y dispone para la celebración o renovación del gran sacramento de la Iniciación Cristiana: Bautismo, Confirmado por el Espíritu y alimentado con la Eucaristía más solemne del año.

La Iglesia, nuevo Israel, celebra la Pascua teniendo en cuenta los varios niveles de significado de la Pascua judía:
-El antiguo Israel: festejaba su nacimiento como pueblo (recordando todas las proezas que Dios había hecho con ellos) Aquí celebramos también los cristianos nuestra redención y el paso a formar parte de la familia de los hijos de Dios salvados y redimidos por la muerte de Cristo
-Se afirmaba en su conciencia de ser el pueblo elegido (presencia de Dios en medio de su pueblo); nosotros también nos reafirmamos en nuestra convicción de saber que Cristo vive en medio de su pueblo y su Espíritu vivifica a su iglesia y a cada uno de los creyentes.
- Se renovaba su esperanza en otro nuevo Éxodo (promesa escatológica de una intervención decisiva de Dios en favor de su Pueblo); para nosotros se revitaliza la esperanza del futuro de la posesión total y definitiva del reino que ha venido a inaugurar Jesucristo:

La Vigilia pascual, la Iglesia no es una representación piadosa para representar teatral y simbólicamente unos acontecimientos, sino que en ella participamos en algo muy real: esperamos en nuestras vidas el paso sacramental del Señor entre nosotros y queremos que nos encuentre en vela, preparados.
Nuestra fe se convierte en la seguridad de que lo mismo que el Señor pasó el “transito” a su Resurrección, hemos de pasarlo nosotros, lo estamos pasando y lo celebramos sacramentalmente.
Pero este encuentro sacramental que estamos viviendo tenemos la esperanza alegre de que el Señor nos sacará victoriosos de este mundo de dolor, de finitud, de injusticia, de contradicciones, de infelicidad… de este mundo en el que somos peregrinos.
Esta es la noche, en la que más que nunca, nos podemos experimentar como hermanos que caminan hacia su patria definitiva, donde Él nos ha precedido como Cabeza y Primogénito para prepararnos un hogar eterno. La Iglesia, pues, que ha con-resucitado con Cristo en la fuente bautismal, experimenta en esta noche la tensión escatológica de su peregrinación como dimensión fundamental de su vida.
En esta noche es verdaderamente cuando se celebra la más grandiosa Eucaristía en la que Dios se encuentra con el hombre para salvarlo para hacer las paces con él y en la que el Señor le invita a participar de su banquete (de su vida) Por eso, la celebración de esta noche santa consiste fundamentalmente en una Eucaristía. la más importante del año. Justamente porque se celebra en el día más densamente marcado de significado pascual, que es la dimensión más nuclear de toda Eucaristía.
Por tratarse, pues, de la Eucaristía más importante y solemne, los elementos esenciales, constitutivos de toda celebración eucarística, cobran esta noche una plenitud incomparable, un realce insuperable y una expresividad exclusiva:
El rito introductorio lo constituye hoy el Lucernario: rito inicial de entrada que pretende crear el clima de la
celebración proclamando solemne y expresivamente el Misterio Pascual de Cristo: la luz ha vencido a las tinieblas, la resurrección ha vencido a la muerte,
la Verdad ha quitado la razón a la mentira… hemos nacido a la luz y las tinieblas ya no tienen poder sobre nosotros. Esta Iglesia que peregrina no lo hace a ciegas y sin saber a dónde va.
La liturgia de la Palabra es hoy, más que nunca, un memorial agradecido de la obra salvadora de Dios. Se trata, de contemplar y revivir, a través de unas páginas muy conocidas de la Escritura, las grandes maravillas de la Historia de la salvación. Es un recuerdo de las grandes proezas de Dios en favor de su Pueblo, que ya presagiaban lo que haría en el culmen de los tiempos con la Pascua de Cristo. Expresan el SI definitivo del Padre a todas sus promesas que culminan en nuestro bautismo donde nacemos con Él
a la vida nueva que nos ha traído Cristo.
Las lecturas se proclaman junto al Cirio signo de Cristo Resucitado que ilumina el mundo y la historia del hombre que ahora lee la historia con otra luz: los grandes hitos de la historia salvífica son contemplados a la luz del Cristo resucitado, que les da su sentido definitivo y constituye su clave interpretativa para su último significado espiritual:



I. Lecturas de la Ley: Contemplación de la Historia Sagrada como acción de Dios en favor nuestro:



1ª Lectura: La creación primera, señala el marco cósmico, originariamente bueno, de la obra de Dios y la tragedia del pecado: el hombre quiso enfrentarse a Dios haciendo las cosas a su manera y no a la de Dios que todo lo había pensado en orden a su felicidad. El hombre se convierte profanador de la existencia humana y de la obra creadora. Cristo será el restaurador, la cumbre de la nueva creación, más hermosa aún y más llena de bondad que la primera.
2ª Lectura: El sacrificio de Isaac, figura de la muerte y resurrección de Cristo: La vocación de Abrahán inicia el proceso de la fe salvadora. El sacrificio de Isaac, el hijo de la promesa, es el momento álgido de la fe obediente de Abrahán el creyente, y anuncio típico del sacrificio del Hijo de Dios en el cordero sustituto de Isaac. Es el presagio de la acción de Dios que «para rescatar al esclavo, entregó al Hijo» (Pregón). De una manera inesperada Abrahán, tras aceptar el sacrificio de su hijo confiando en el Señor de la vida, pudo ver realizada la promesa de una descendencia numerosa. El Hijo sacrificado y resucitado de entre los muertos es primicia e inicio de la resurrección universal.
3ª Lectura: El «paso» del mar Rojo, profecía de nuestro camino hacia la libertad: El paso del mar Rojo representa la evidencia, la omnipotencia y la presencia bondadosa de Yahvé, dispuesto a salvar a su pueblo, es la consecuencia del pacto que ha hecho con el pueblo que se convierte en punto de arranque de la liberación de Egipto. Es un acontecimiento pascual en su contexto (tránsito o paso) y bautismal en su significado (a través del agua). «Figura» del nacimiento del pueblo cristiano: el faraón hundido en el agua, es la imagen del hombre viejo que entra en la sepultura donde irá a parar todo resquicio de pecado y de muerte. También representa el pueblo que a través del agua alcanza la libertad, o el sepulcro donde Cristo estuvo enterrado y del que salió victorioso y triunfante de la muerte
II. Lecturas de los Profetas: Los profetas nos invitan ahora a la conversión, como respuesta nuestra a la salvación que Dios nos ha ofrecido
- 4ª Lectura: La salvación es fruto de la Alianza, donde se expresa cómo el amor de Dios para con su pueblo elegido es perenne: ante la infidelidad, Dios mantiene su iniciativa de amor y su alianza a pesar de la infidelidad del pueblo; pone el ejemplo del hombre enamorado al que le es infiel su mujer y él vuelve con amor ciego hacia ella, redimiéndola de la degradación y manteniendo su eterno amor entrañable. La Iglesia, pues, recuerda con esta lectura cómo el Señor está dispuesto a acogernos y a renovar su amor, a pesar de nuestra infidelidad; y
escucha hoy este poema como Esposa que espera en vela la llegada su Esposo redentor.
5ª Lectura: Intenta ayudarnos a disponernos a renovar la gracia de nuestro bautismo, Dios va a describirnos el camino que tenemos por delante y las riquezas de salvación que nos ofrece. Por boca del profeta, Dios anuncia una Nueva Alianza que superará el amor salvífico expresado en la primera. Dios quiere abrazar en ella a todos los pueblos. Derrochará su misericordia ofreciéndoles las riquezas de su perdón gratuito y de la experiencia de su inmenso amor.
6ª Lectura: La conversión que exige la oferta salvífica de Dios ha de ser una vuelta sincera a la Sabiduría, la fidelidad y la ley del Señor, no se trata de pasar la página para seguir haciendo lo mismo como dando por bueno lo ocurrido. Lo que es malo para el hombre lo es siempre y no podemos dejarnos en manos del enemigo que nos cautive con otros intereses ante la vida; no nos dejemos encantar por otros ideales ajenos al Evangelio; no nos dejemos contagiar ya por los criterios terrenos que estamos viendo destruyen la dignidad del hombre.
7ª Lectura: Respondiendo a esta conversión, Dios establecerá con los regenerados una Alianza amorosa más profunda: se trata, en realidad, de una alianza de santidad, donde renovará en fidelidad los corazones y las entrañas con un Espíritu nuevo. Es lo que Dios ha realizado ya en nosotros con el don de su Espíritu: por el agua del Bautismo, la donación del Espíritu en la Confirmación y el arrepentimiento de la penitencia nos ha purificado y nos ha reunido en la comunión «eucarística» de su nuevo pueblo, la Iglesia.

III. Lecturas del Nuevo Testamento:
Representan el tránsito a la nueva realidad
Este «tránsito» se representa ya con algunos signos festivos: la iluminación del templo, el adorno del altar, el canto del gloria, el tocar las campanas, la música, el aleluya…
8ª Lectura: Este proceso salvífico culmina en la realidad pascual del Bautismo, como sacramento de incorporación santificante a Cristo en la plenitud de los tiempos. Por boca de Pablo, esta lectura proclama la índole pascual del Bautismo como sacramento de incorporación a la muerte de Cristo, para incorporarnos también a la vida nueva del Resucitado.
Evangelio: Todo este misterio pascual, presagiado, anunciado y ofrecido, tiene su base y garantía en el hecho histórico de la Resurrección de Jesucristo.
La liturgia sacramental: la Eucaristía de hoy es la culminación de la Iniciación Cristiana, precedida de la liturgia Bautismal. Se trata, pues, de la Eucaristía por antonomasia. Por eso aparece como la culminación del memorial de la Muerte y Resurrección del Señor, que la Iglesia celebra en su memoria hasta que Él vuelva. Expresa la iniciación a la fiesta eterna a la que estamos llamados e invitados, simbolizada en la cincuentena que con ella comienza.
Conclusión: Histórica y sacramentalmente, toda la Iglesia fue y será siempre una comunidad de creyentes, hecha, desarrollada y acrecentada a golpe de Pascua. La Iglesia aparece, así, como el marco sacramental que actualiza y verifica el Misterio Pascual de Cristo para todos los hombres: En esta noche, pues, la Iglesia recobra litúrgicamente la plena conciencia de su condición de ser una comunidad que tiene a Jesucristo como su centro y que lucha por parecerse cada día más a Él; es una comunidad nacida de la Pascua. Por eso en esta noche, más que el simple recuerdo de la Resurrección del Señor, interesa a la Iglesia la autenticidad de su con-resurrección con Cristo: S. Pablo nos lo dirá así:
«Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con Él.» (Col 3,1-4).

Presbítero Melitón Bruque García
Pág. de Parroquia de San José de Linares